Parece ser que acabaremos viendo una tercera versión de la saga de los supervivientes de las Doce Colonias perseguidos por los temibles cylon, tal como nos recuerda esta noticia. La pregunta que nos hacemos es, ¿hace falta? Meses atrás ya había saltado la noticia de que NBC Universal tiene un proyecto una nueva reinvención de Battlestar Galactica que planea emitir mediante su propia plataforma de contenidos, Peacock.
Battlestar Galactica ha tenido dos iteraciones, la primera serie (la “clásica”) se emitió en 1978, y veinticinco años después dicha serie fue «reimaginada» en la forma de lo que empezó en 2003 como una miniserie y se continuó como serie entre 2004 y 2009. Ambas iteraciones partían de la misma premisa básica: narrar las peripecias de los supervivientes de las Doce Colonias de Kobol en su huida desesperada por el espacio interestelar bajo la protección de la última nave de guerra de la flota colonial, la Galactica, mientras buscan el legendario planeta Tierra a la vez que hacen frente a la amenaza robótica y genocida de los cylon. Aprovechemos la ocasión para pensar qué méritos podría tener una nueva versión de esta historia.
Aviso importante: Comentaremos con algunos spoilers, avisados están vds.

La serie original (1978) suele recordarse con cariño y posee ese esplendor dorado que tal vez en realidad nunca tuvo pero que a menudo nosotros construimos con la memoria. Sin embargo, no deja de ser un producto fallido, una serie de televisión oportunista que quería aprovecharse del éxito de Star Wars y que pese a lo propicio del momento sólo duró una temporada, fracaso agravado por el intento de darle continuidad con la infame Galactica 1980. Aún así, perduró en el recuerdo por el gran potencial de su premisa, la entrañable desvergüenza con la que algunos de sus episodios plagiaban distintos clásicos del western o del cine bélico, sus efectos visuales, y el carisma que pudieran tener actores como Richard Hatch, Dirk Benedict o John Colicos.
La serie moderna (2003-2009) constituyó en su momento un sorprendente revulsivo, tanto en la manera de llevar a cabo un remake como en la de producir ciencia ficción televisiva, pero aunaba aciertos y desaciertos.Por un lado, nos encandiló su diseño de producción, que nos conectaba con un mundo futurista pero a la vez cercano, y su estilo visual, que por ejemplo daba a las batallas espaciales el estilo de un documental o un reportaje. Por otra parte, la construcción de los personajes intentaba apartarse de estereotipos simples, facilitando empatizar con ellos al ser personas con virtudes y defectos que debían enfrentarse a dilemas creíbles en los que no había una solución buena y otra mala. Todo con un tono grim and gritty que ahora ya nos puede resultar manido pero que en 2003-2004 fue todo un soplo de aire fresco. De hecho, el mismo creador de la serie, Ron D. Moore, escribió en los inicios del proceso de producción lo que se conocería como el Manifiesto para una Ciencia Ficción Naturalista, donde establecía y desarrollaba los aspectos que hemos citado como la bases sobre las que construir su versión de Battlestar Galactica.

En el otro plato de la balanza, a medida que la serie iba avanzando parece que los creadores empezaron a creerse demasiado las buenas críticas que recibía Battlestar Galactica como serie dramática independientemente de que fuera de ciencia ficción, porque acabaron abusando de el «drama por el drama» (por ejemplo, independientemente de lo que hiciera o dejara de hacer el almirante Adama, su hijo Apolo siempre iba a llevarle la contraria, tuviera sentido o no dicha actitud, porque la única finalidad de eso era generar un conflicto en el episodio), olvidándose de que el drama debe estar al servicio de contar una historia, y no al revés.
Asimismo, el tratamiento de algunos de los temas más complejos de la serie acabó siendo simplón y superficial, como si no se supiera cómo ahondar en ellos. Un ejemplo sería todo lo relacionado con la religión, ya fuera la colonial o la cylon, que no se sostenía por ningún lado y resquebrajaba fácilmente la suspensión de incredulidad del espectador (y por caridad para con Ron D. Moore no entraremos en ese descalabro que fue el spin-off Caprica). Y por último, los guionistas cayeron en el vicio recurrente de presentar giros inesperados de guión que se decidían por su valor dramático y su espectacularidad sin tener una resolución planificada de antemano, lo que acabó perjudicando gravemente la coherencia de la trama. Un ejemplo especialmente abyecto fue la admisión por parte del propio Ron D. Moore de que la revelación de la existencia de «los Últimos Cinco (cylon)» se produjo sin que el equipo de guionistas tuviera la menor idea de cuáles iban a ser sus identidades.
Resulta curioso que los aspectos negativos de la serie pueden considerarse como el «Lado Oscuro» de los puntos positivos, como si a Ron D. Moore se le hubiera escapado de las manos progresivamente lo que estableció en el Manifiesto para una Ciencia Ficción Naturalista.
En todo caso, una nueva reinvención de Battlestar Galactica representaría ya una tercera encarnación de la misma historia. ¿Es eso demasiado? No tiene por qué. Nos ha venido a la mente una saga de manga y anime, también de ambientación espacial, que de vez en cuando se reinventa sin tener en cuenta sus anteriores iteraciones: el Capitán Harlock.
Las aventuras de la Arcadia y su tripulación capitaneada por Harlock han tenido múltiples versiones, cada una de ellas en una continuidad distinta (y eso sin adentrarnos en la compleja maraña que representa el Leijiverso con las otras partes que lo componen), pero que al estar basadas en unos conceptos simples pero atractivos y en personajes con un fuerte carisma, mantienen el interés en cada nueva reinvención.
Al fin y al cabo, es posible reinventar repetidas veces una misma historia y crear en cada vez algo nuevo y fresco. Nos vienen a la cabeza varios casos pertenecientes al género del western, para apartarnos un poco de lo habitual, donde podemos hallar remakes de películas clásicas que no sólo son productos dignísimos por méritos propios, sino que son capaces de coexistir perfectamente con sus versiones anteriores sin que una invalide a la otra. Pondremos como dos ejemplos Valor de ley (True Grit, película original de 1969 con nueva versión de 2010 hecha por los hermanos Coen) o El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, película original de 1957 con remake del 2007).
Todo eso sin olvidar las reinvenciones de películas clásicas que a la vez cambiaron el género de la original. Casos muy representativos serían las múltiples descendientes de dos de los clásicos más recordados de Akira Kurosawa: Los siete samuráis, que daría lugar a Los siete magníficos (y también a Los siete magníficos del espacio, una versión espacial de serie B cutre pero entrañable) y Yojimbo, que también sería trasladada al (spaghetti) western en Por un puñado de dólares con Clint Eastwood, y al mundo de los gánsters estadounidenses de la era de la ley seca en El último hombre, con Bruce Willis.
Entonces, ¿puede hacerse lo mismo con un remake de Battlestar Galactica? Y más importante, ¿qué elementos de la premisa original deberían conservarse para futuras reinvenciones, y cuáles podrían desestimarse). La premisa básica tiene una fuerza dramática innegable: los restos de la humanidad en su huída de un despiadado enemigo robótico, con la Galactica a la cabeza y en búsqueda de la Tierra.
Ahora bien, a veces conviene soltar lastre, empezando por toda la construcción simbólica que estableció la serie original a partir de conceptos procedentes de la religión mormona. El creador de Battlestar Galactica, Glen A. Larson, participaba del movimiento religioso de los Santos de los Últimos Días (conocido popularmente como «los mormones»), infundiendo en la serie ciertos conceptos e ideas que han envejecido bastante mal, o que obligan a realizar algunas filigranas de construcción de mundo que dificultan urdir una historia con sentido.
A esto se suma un enfoque derivado del de los «dioses astronautas» (recordemos, por ejemplo, las nomenclaturas vinculadas a deidades clásicas, o los motivos visuales que parecían vincular la cultura de las Doce Colonias con el antiguo Egipto) que en el mejor de los casos se puede considerar carente de base científica ni histórica, y en el peor, directamente racista. Uno de los puntos negativos que se puede achacar al moderno remake es el intento de conservar de alguna manera esta faceta de la serie original, que no sólo no aportaba nada realmente interesante a la trama, sino que la embrollaba innecesariamente y tuvo una resolución pueril.
Asimismo, el remake quiso dotarse de una dimensión extrañamente mística, un aspecto tal vez heredado de una serie anterior en la que había trabajado Ron D. Moore, Star Trek: Espacio Profundo Nueve, donde la religión bajorana y artefactos religiosos de propiedades milagrosas tenían bastante peso en la trama. A pesar de que la incorporación de una faceta religiosa fue un añadido muy resultón en términos de estética y de misterios e intriga añadidos (como esas visiones en un teatro de ópera, esas versiones «mentales» de Caprica Seis y de Baltar que sólo los homónimos podían ver), todos estos misterios y, con perdón, «pajas mentales», acabaron siendo perjudiciales para la coherencia de la historia. El planteamiento, muy válido y sólido, del Manifiesto para una Ciencia Ficción Naturalista saltó por los aires cuando se empezó a recurrir a apariciones angélicas e intervenciones divinas… ¿Quién o qué era la segunda Starbuck? La explicación que dejaron a entender no era mejor que «lo hizo un mago». Estos elementos son otro de los lastres que convendría soltar, en vez de considerarlos como consustanciales a la premisa de la serie.

Es perfectamente viable reinventar las Doce Colonias como algo similar a la Alianza de Firefly, el Sector Koprulu de Starcraft o los humanos del planeta Armonía en la Saga del Retorno de Orson Scott Card: una civilización descendiente de colonos humanos procedentes del planeta Tierra que han perdido el contacto con su mundo natal, el cual puede acabar convirtiéndose en un lugar mítico al que sólo conocen por mitos y leyendas. Esto no traicionaría en absoluto la premisa de la serie original; de hecho, la Saga del Retorno se considera una adaptación en clave de ciencia ficción de uno de los libros canónicos de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, por lo que «la conexión mormona» seguiría presente tomando esas novelas como material de referencia para una versión de las Doce Colonias menos trasnochada.
Y con reinvenciones como ésta no sólo encontraríamos nuevas maneras de contar una historia que ya conocemos, sino que nos ahorraríamos tener que sufrir argumentos que podrían ser avalados por Erich von Däniken. La verdad es que con las últimas creaciones de Ridley Scott para la franquicia Alien ya tenemos más que suficientes.