El término «sputnik» se asocia comúnmente a los homónimos satélites soviéticos de los años 50, y de hecho es el vocablo ruso para el concepto «satélite». Pero ese es un uso moderno de dicha palabra, que tiene un significado original anterior y algo distinto: «compañero de viaje». Es en esta acepción que toma su título Sputnik, película rusa de reciente estreno y situada en el terreno compartido entre la ciencia ficción y el terror.

Ambientada en 1983, el regreso de dos cosmonautas soviéticos tras una misión espacial sufre un misterioso accidente, a resultas del cual un tercer pasajero llega a a la Tierra con ellos: un organismo alienígena que habita el cuerpo de uno de los cosmonautas. Las autoridades soviéticas deben decidir qué hacer con el cosmonauta parasitado y su «compañero de viaje», y para ello requieren la ayuda de una joven psiquiatra de métodos poco ortodoxos.
Sputnik es una película original, que desafía las expectativas que el espectador pueda tener debido a todos los antecedentes de «peli de bicho alienígena malrollero». Ofrece una aproximación distinta y con un argumento nuevo a conceptos clásicos aparentemente ya muy manidos, y con algún giro inesperado de guión. Todo ello con pocos medios, ya que el grueso de la historia transcurre en unos pocos escenarios de una base militar soviètica remota, y con muy pocos personajes principales.
Por otra parte, la ambientación en el periodo soviético resulta interesante y está eficazmente recreada pese a la sencillez del diseño de producción. Ese mundo hoy extinto pesa sobre los personajes y les da relieve, con la condición y las implicaciones de ser un Héroe de la Unión Soviética para el cosmonauta Veshnyakov, la heterodoxia de la doctora Klimova, que le ha conllevado problemas con las rígidas estructuras burocráticas, o la paranoia del coronel Semiradov, guardián de los intereses estratégicos de la URSS en un punto álgido de la Guerra Fría.

La película funciona especialmente bien en su primera mitad, en la que vemos una historia de ciencia ficción original y un tanto inquietante, centrada en la exploración del misterio alienígena y la tensión entre los personajes, pero flojea en la segunda. Allí la ciencia ficción deja paso a una aproximación de terror más convencional, rematada por un final de acción y fugas poco verosímiles, aunque desafiando algunas convenciones del género. No ayudan el comportamiento incoherente de algún personaje principal, ni una subtrama inductora de lagrimilla sobre niños en un orfanato.
A pesar de los problemas mencionados, Sputnik merece un visionado. Por la frescura y originalidad que tiene a la hora de abordar un género en el que a veces parece que no haya nada nuevo que decir, y por esa textura soviética que envuelve la narración y le da un tono distinto a lo que estamos acostumbrados. En las manos del espectador está decidir, como la doctora Klimova, si estamos delante de un parásito o un simbionte.