Solo servimos a un Señor, y su nombre es Shai-Hulud (Reseña de Dune)

¿Qué tiene Dune para generar el seguimiento, e incluso culto, que ha cosechado a lo largo del medio siglo que nos separa de su publicación inicial? Esta pregunta es el punto de partida para valorar la que posiblemente fuera nuestra película más esperada del año, la adaptación (bueno, parcial) que Denis Villenueve ha llevado a cabo de la archiconocida obra de Frank Herbert.

No lo planteamos de forma irónica, ni con ganas de pinchar al fandom más fiel (1), sino como primer paso para valorar si la versión de Dune de Villeneuve ha sabido extraer lo más interesante de la obra original. En este sentido, además de recordar el papel seminal de Dune en la construcción de referentes de los que luego otras obras beberían, quizás destacaríamos la extraordinaria construcción de mundo que nos presentaba Frank Herbert en su día, y que además se hacía de forma extremadamente inmersiva y evitando largos fragmentos explicativos. Un tapiz muy rico y elaborado donde todo tenía textura y profundidad: las facciones, las casas nobles, los personajes…

A Paul si que le van a pinchar si falla la prueba…

Esto va unido a un tema muy inusual. Aunque la primera novela contaba la historia del enfrentamiento entre dos casas nobles del Imperio en el planeta Arrakis, ya ponía los cimientos del tema que se desarrollaría más extensamente en las secuelas: la «trampa del profeta», el impacto y el drama derivados de que los protagonistas tengan la capacidad de ver el futuro hasta el punto de quedar atrapados por ella.

Inevitablemente, el visionado de la versión más reciente de Dune está condicionado por la relación previa del espectador con la obra original, de tal forma que algún crítico ha llegado a afirmar que los seguidores de Frank Herbert hablan un lenguaje distinto de los que solo van a ver una película de ciencia ficción más. No diríamos tanto, pero sin duda es un factor que afecta mucho, y ya advertimos que acudimos al cine llevados principalmente por la curiosidad acerca de cómo se habría conducido la adaptación, y con ganas de ver como Dune tomaba forma dignamente en la gran pantalla después de los anteriores intentos gloriosamente fallidos (1984) o directamente mediocres (2000).

Se avecinan malos tiempos para la Casa de Atreides

En este sentido, nos hemos encontrado con una adaptación de una gran fidelidad, que aún sintetizando (como era inevitable) consigue resumir muy bien, y de forma tremendamente fiel, la historia original. Y lo logra mediante una enorme economía del lenguaje y el simbolismo. Todos los detalles representan y transmiten algo, y el espectador atento captará las implicaciones y sutilezas que forman este complejo tapiz. En este sentido, Villenueve ha seguido el estilo del libro en la aproximación de «mostrar, no explicar», llevando a cabo la construcción de mundo mediante la puesta en escena en vez de explicaciones largas por parte de personajes. Dicho esto, una primera crítica podría ser que existe una delgada línea entre adaptar y fotocopiar, y en cierta forma parece que Villenueve se haya querido acercar más a lo segundo que lo primero.

Aun así, la enormidad de la novela de Frank Herbert, aunque sea solo dos tercios de ella, no cabe en 155 minutos, y el fan más exigente inevitablemente echará aspectos en falta. De esta manera, la película se concentra en recoger fielmente la trama y desarrollo de Dune pero, como un amigo nuestro lamentaba, los aspectos de trasfondo político se tratan de forma bastante superficial. Y de la misma manera, el ejercicio de síntesis comporta mucho recorte y confía en la capacidad del espectador de entender el significado de cada detalle, como el hecho de que la brutalidad de los Harkonnen se infiera de la estética oscura, la actitud siniestra y el tener a personas prostradas en posición suplicante como quien tiene jarrones decorando las estancias, pero dejando fuera los detalles más sórdidos de la novela (por ahora, al menos), como la afición del barón Harkonnen a violar chicos adolescentes (2).

El barón Vladimir Harkonnen transmite buen rollo

Quizás el peor enemigo de Denis Villenueve haya sido su voluntad de adaptar fielmente la novela original. Por un lado, estamos ante la adaptación más fiel de las que se han realizado, pero quizás precisamente por eso los seguidores de la saga echarán de menos lo que no se ha incluido, ya que, paradójicamente, una interpretación más libre sería más excusable en ese sentido. Dicho esto, nos parece muy interesante que finalmente se aborde en pantalla el hilo conductor de la novela que en las anteriores adaptaciones había quedado relegado: cómo el protagonista adquiere la capacidad de visualizar el futuro, y su miedo ante el destino que ve reservado tanto para él como para el resto de la humanidad.

Por el otro, y este puede ser el talón de Aquiles que ponga en peligro el que lleguemos a ver la segunda parte, el haber querido ser muy fiel al material de base puede convertir la película en un hueso duro de roer para los no iniciados, especialmente en su segunda mitad. El espectador atento que haya captado los detalles e implicaciones de todo podrá seguirla más o menos bien, pero aún así puede quedar algo descolocado ante aparentes incoherencias que los fans de la obra de Frank Herbert ni notarán. Denis Villenueve se mueve por la pantanosa zona gris que hay entre tratar al espectador como alguien inteligente y hacer una obra incomprensible.

Finalmente Duncan Idaho es lo molón que debía ser.

De todos modos, hay que ser realista en relación a todo lo que ha quedado fuera. Por mucho que el fan conocedor lo eche en falta, querer introducir más aspectos habría ralentizado una obra ya de por sí sobrecargada. Por ejemplo, aunque podamos lamentar el papel casi insignificante al que han quedado reducido los mentats, como Thufir Hawat y Peter DeVries, a nivel de trama su casi desaparición no afecta en nada, por muy importantes que sean los mentats en la construcción de mundo de Dune. ¿Qué aporta Thufir en toda la novela, excepto el caer en la trampa de los Harkonnen y pensar que Dama Jessica es una traidora? Poco más. Sin esa trama, su personaje sobra, especialmente al prescindir Villeneuve de largas parrafadas de exposición y explicación, las cuales habrían sido la labor natural de un personaje como el mentat de los Atreides.

Así mismo, estamos ante una película de ciencia ficción de ritmo pausado, lenta, y muy seria. Quien espere acción trepidante y un ritmo animado saldrá decepcionado. Sin duda habrá quien la considerará aburrida. Dune se ha hecho para disfrutar de su aproximación inmersiva mientras se ve cómo la historia se va desarrollando, paso a paso y sin prisas. Además, no hay casi ningún momento de humor en ella, y para ser sinceros, este es un aspecto nos ha encantado. En una era en que nos azota una plaga de chascarrillos y pretensiones cansinas de hacer gracia, una cinta que prescinde de ello, yendo al otro extremo, es un soplo de aire fresco.

Entre los mejores aspectos destacaríamos el cuidado al detalle en todos los aspectos. Tanto en el diseño de producción absolutamente preciosista (pero bueno, ese es el punto fuerte de Villenueve) como en la información que contiene cada momento, línea de guión, gesto, mirada o plano. Además, hay algunas decisiones arriesgadas y valientes en ese sentido, como el caracterizar a los Fremen con reminiscencias beduinas y toques de lenguaje árabe, como en la obra original.

Los fremen tienen un toque Lawrence de Arabia

Por otra parte, nos ha llamado poderosamente la atención el tratamiento del sonido (y no nos estamos refiriendo a la banda sonora), un aspecto al que pocas veces se presta atención, pero que en Dune es usado de forma magistral para construir la ambientación y transmitir información (su uso cuando alguien utiliza la Voz es perfecto). Así mismo, destacaríamos las actuaciones del elenco actoral que encara unas muy buenas caracterizaciones de los personajes de la novela. Si bien el elevado número de personajes no deja mucho tiempo en pantalla para casi nadie, las actuaciones son de primer nivel, y ayudan a esa transmisión de información sin más explicaciones de las necesarias.

En cuanto a los principales defectos, aparte de un ritmo lento que se puede hacer aburrido, lo cierto es que la película puede resultar algo inaccesible para quienes no sean conocedores del universo creado por Frank Herbert. Además, el hecho de haber dividido la historia en dos partes sin dejar de ser fiel a la obra original ha dejado Dune con una estructura narrativa desequilibrada en la que no hay clímax final y se genera la sensación de haber visto una obra inacabada, porque realmente lo es.

A modo de conclusión, Dune nos ha parecido una película muy sólida, pero que tiene como defecto su misma virtud: el ser una adaptación fiel de la obra original. Tenemos ganas de ver su conclusión, que es donde Villenueve deberá innovar un poco más, pero nos tememos que las arriesgadas decisiones de esta producción lleven a un patinazo de taquilla que lo haga imposible. Esperemos no estar teniendo una visión presciente, y que Shai-Hulud haga posible que veamos la segunda parte.


(1)

Nos gusta pinchar y provocar al fandom profundo y fetichista de sus obras admiradas, pero hoy no sentimos necesidad de ello.

(2)

Dicho esto, aplaudimos la caracterización del barón Vladimir Harkonnen, el principal villano de la obra. Dadas las inevitables comparaciones con la película de David Lynch de 1984, y que la caracterización e interpretación que hizo entonces el actor Kenneth MacMillan eran simplemente insuperables, ha sido un acierto no intentar imitarlo, sino ir por otros derroteros. Donde el barón de MacMillan era histriónico y repugnante, el de Stellan Skargård es un personaje siniestro y amenazador en todo momento, una vía alternativa totalmente válida.

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