Aviso previo: Comentamos con spoilers.
The Mandalorian ha representado para un gran número de aficionados una reconciliación con el universo de Star Wars después de los altibajos y la aceptación muy dispar que tuvo la tercera trilogía. ¿Qué tiene The Mandalorian? Nos atrevemos a aventurar que vendría a ser un 80% estilo y 20% historia. Un western espacial en la galaxia que conocemos, con textura, bien filmado y con muy buenos valores de producción, con un tono mayormente serio que se aleja del lenguaje y el ritmo de blockbuster de las películas, y que nos cuenta una historia distinta y alejada de la saturación de jedis a la que han tendido los productos de la franquicia en lo que va de siglo. Solamente por esto ya sería interesante de ver.
La contraparte, al menos en la primera temporada, ha sido una trama con ideas interesantes pero a la vez algo anémica, con varios capítulos de relleno en una temporada de tan solo 8 episodios (aunque probablemente sea preferible una trama anèmica que el crescendo de despropósitos en que se convirtió el guión de la tercera trilogía). En este sentido, nos parece justo el resultado de los premios Emmy, donde The Mandalorian arrasó en las categorías más técnicas pero no en las de contenido. Y a estas alturas ya hemos podido ver un par de episodios de la segunda temporada, que a pesar de seguir manteniendo el estilo de la primera, han acabado siendo algo irregulares, especialmente el segundo.

Los más veteranos del lugar quizás recuerden el sencillo pero entrañable primer juego de rol de mesa de Star Wars, conocido popularmente como «Star Wars D6» o «Star Wars WEG» (de West End Games, la editorial). Pues bien, si desde su estreno The Mandalorian no dio la sensación de estar viendo «Star Wars D6 – La Serie» (y lo decimos como un elogio), el inicio de la segunda temporada no se puede describir mejor que con las palabras que le dedicaba la escritora Catherine Valente, al decir que «[…] parece una campaña de Dungeons & Dragons en la que el Director de Juego está muy ocupado con su vida esa semana, así que llena la partida de encuentros con monstruos, y promete a los jugadores que volverán a la trama en la próxima sesión». No se ha ofrecido más que un par de historias de relleno que, aunque puedan estar bien ejecutadas (especialmente la primera), no resultan especialmente interesantes.
Tenemos un primer capítulo que viene a ser una sidequest con aires de western espacial que deriva en lo que el soldado Hudson de Aliens calificó de «cacería de bichos», en este caso contra el dragón del desierto que atemoriza una comunidad minera (y a los moradores de las arenas). Aunque el contexto es distinto, se hace inevitable que recuerde al capítulo de la primera temporada en que Mando tenía que enfrentarse a otro ejemplar de megafauna del páramo, el cuerno de barro (mudhorn), pero en este caso más a lo grande. Y como los guionistas saben que eso tiene un interés limitado, añaden un gancho adicional, una subtrama acerca de la armadura del mismísimo Boba Fett, cosa que tiene sus problemas, como veremos más adelante.
Y cuando tras este primer calentamiento esperábamos empezar ya con la trama (la búsqueda de los orígenes del Niño, las maldades del moff Gideon y su remanente imperial, etc.), nos encontramos con otro episodio de sidequest, esta vez una serie de percances que dejan la Razor Crest, la nave de Mando, varada en una caverna de hielo y amenazada por una multitud de arañas cuyo tamaño varía entre lo enorme y lo gigantesco. Otra cacería de bichos. Parece que el Director de Juego ha vuelto a estar muy ocupado esta semana.
Que conste que no lamentamos ni un ápice la naturaleza episódica de la serie, y de hecho nos parece preferible a los productos en formato de serial que acaban siendo «una película de 8 o 10 horas emitida por partes». Tampoco nos molesta el ritmo lento. Pero el inicio de esta temporada ha resultado algo desequilibrado en ciertos aspectos.
El culto a Baby Yoda. En lo que llevamos de segunda temporada, se nota que los creadores han interiorizado el enorme impacto que ha tenido a nivel popular el personaje del Niño, ya inevitablemente conocido como Baby Yoda. Pues bien, el dichoso Niño es poco más que un McGuffin con patas, ya que impulsa buena parte de la trama pero apenas participa en ella (y tal vez mejor que no lo haga, dado que sería muy burdo que cada episodio requiriera una intervención del Niño y su uso de la Fuerza), pero se nota un deseo de contentar a los fans de Baby Yoda, y por eso a menudo se nos muestran planos de sus reacciones a lo que ocurre, aunque estos planos no aporten nada más que, literalmente su cara bonita. Esto no debería ser un problema, pero parece que esta adoración ha hecho que los guionistas pierdan de vista algunas coordenadas básicas y tomen decisiones de guión atroces a nivel de tono y significado.
En el segundo episodio se nos presenta la historia de la Señora Rana (nunca se nos dice su nombre), perteneciente a una especie de batracios antropomorfos. Y es una historia seria. El aspecto de la Señora Rana tal vez se parezca al de un animal, pero ella es a todos los efectos una persona: piensa, razona, habla, se viste, y quiere desplazarse a otro planeta al que su marido ha emigrado con mucho trabajo y penalidades, con el objetivo de conseguir una vida mejor para ambos y formar una familia. Y la Señora Rana lleva consigo la última puesta de huevos que tendrá, para que su marido los fertilice y puedan tener descendencia. Estos huevos, que transporta en un contenedor, son su última oportunidad, y se nos deja bien claro que para ella el tener una progenie es muy importante, y un drama vital si no lo consigue. Es una situación con la podemos empatizar completamente.

Pues bien, la parte cómica del segundo capítulo consiste en que el Niño se dedica a comerse los huevos transportados por la Señora Rana cuando ella no se da cuenta, a pesar de que Mando le riñe repetidamente. Esto es una forma de canibalismo. Sí, lo es, se trata de un ser pensante que se come la (pre)descendencia de otro ser pensante (que los huevos no estén aún fertilizados es un mero tecnicismo en este caso), cuyo tratamiento a broma genera una enorme disonancia con la dramática situación que se nos ha contado acerca de la Señora Rana, y acaba resultando desagradable. Suponemos que el culto a Baby Yoda ha cegado a los guionistas ante algo tan evidente, porque si no ha sido eso, entonces es que tienen una idea totalmente errónea de lo que es la «dramedia» (drama + comedia).
Problemas de empatía. Viendo el inicio de la temporada, nos hemos dado cuenta de alguna que otra carencia en la construcción del protagonista (el señor Din Djarin, aunque todos lo llamemos Mando). Antes que nada, hagamos un breve apunte conceptual: un protagonista debe gustar a la audiencia, en un sentido algo etéreo que según algunas definiciones caería a medio camino entre que nos gusta ver lo que hace ese personaje y que nos gustaría ser ese personaje. Este segundo aspecto está muy vinculado a la identificación entre audiencia y personaje, que a su vez depende mucho de que el espectador pueda entender y asumir las acciones del personaje.
En este sentido, a veces se hace difícil empatizar e identificarse con el epónimo Mandaloriano, como, por ejemplo, cuando en el primer episodio de esta segunda temporada Mando está dispuesto a utilizar fuerza letal para arrebatarle una armadura mandaloriana a otro personaje, el Marshall (el señor Cobb Vanth). Cabe señalar que el Marshall no le ha hecho nada a Mando, y que utiliza la armadura para un buen fin, el de proteger a su comunidad. Lo único que justifica la actitud del protagonista es el supuesto credo mandaloriano, pero eso es una base muy débil sobre la que construir interés.
En particular, la imagen que nos transmite esto es que los mandalorianos son una secta de matones interestelares y poco más, y si tenemos que apreciar al protagonista debería ser algo más que eso (como cuando su sentido de la ética personal le llevó a romper con las normas del oficio de cazarrecompensas para salvar al Niño). Estaría bien que le dieran una vuelta de tuerca a lo que se nos cuenta sobre los mandalorianos, para que parecieran más unos samuráis galácticos que unos abusones violentos, o como mínimo justificar muy, pero que muy bien el uso de fuerza letal para quitarle la armadura a alguien así por las buenas.
La ambientación no todo lo aguanta. Star Wars nunca ha sido ciencia ficción, sino más bien fantasía espacial. Y tiene una construcción de mundo relativamente floja que se compensa con una ambientación estupenda. Aún así, se pretende una mínima semblanza de realismo y coherencia. En ese sentido, hay un detalle del segundo episodio de la temporada que rompe la suspensión de la incredulidad de una forma totalmente innecesaria.
Nos referimos a cuando se plantea que la Razor Crest debe viajar entre mundos (que no están en el mismo sistema estelar) sin entrar en el hiperespacio. Ya conocen la magnitud de las distancias interestelares, que sin algún invento fantástico son simplemente imposibles de cubrir, pero en esa escena lo plantean como la diferencia entre ir por la autopista o ir algo más lento por una carretera para ahorrarse los peajes. Esto ya daba problemas en El Imperio Contraataca, cuando el Halcón llega a Bespin con el hiperimpulsor averiado, pero la situación narrativa era lo suficientemente confusa e inconcreta (¿está el planeta Bespin dentro del sistema Anoat, o en un sistema vecino?) como para hacer una interpretación caritativa (e incluso así, en el juego de rol de WEG se cubrieron las espaldas inventándose el «hiperimpulsor de seguridad» con el que solventar la papeleta).

En el caso que nos ocupa, esto era especialmente innecesario. Es bastante claro que el motivo de guión para que Mando tenga que viajar sin entrar en el hiperespacio es para que una patrulla de cazas Ala-X pueda interceptarlo a medio camino, siendo el motivo in universe que los sufridos huevos de la Señora Rana no pueden sobrevivir a un salto al hiperespacio. Pues bien, todo esto es un sinsentido, porque decir «tendremos que utilizar los motores sublumínicos» es un comentario que 1) para quien no tenga ni idea de astronomía no aporta nada y es tecnojerga incomprensible, 2) para quien tenga algún conocimiento básico de distancias interestelares es un absurdo de gran calibre, 3) en el fondo no aporta nada porque los Alas-X les podrían haber interceptado igualmente al llegar al planeta de destino, haciéndoles estrellarse en un glaciar de ese planeta (y así de paso habrían subvertido el vicio recurrente de que los planetas siempre sean de un único bioma). Les otorgamos puntos adicionales de sinsentido por el hecho de haber casualmente un planeta helado justo en el sitio donde se produce la intercepción. Se ve que en el espacio hay de todo menos espacio vacío.
Dicho esto, nos ha gustado especialmente ver cómo las acciones pasadas de Mando le pasan factura, ya que el participar en un acto delictivo contra un transporte de prisioneros de la Nueva República (en el capítulo 6 de la serie) le ha puesto en situación de «criminal buscado», y es el motivo por el que acaba en el punto de mira de la patrulla de Alas-X. Esta es la clase de cosas que dan consistencia al guión y a la historia que se nos cuenta.
Cayendo en la tentación del canon. Parece que los creadores de la serie no pueden evitar la tentación del canon, el recurrir a elementos previos de la franquicia de tal forma que el universo parece hacerse cada vez más pequeño. Nos referimos, por supuesto, a la aparición de un presunto Boba Fett y de su armadura (no por este orden).

¿Tan pequeña es la galaxia? ¿Tan pequeño es Tatooine? ¿Tanta casualidad? Sabemos que muchos fans aplaudirán la recuperación del célebre cazarrecompensas, pero no podemos evitar una sensación de empobrecimiento de The Mandalorian. ¿Dónde queda el potencial para contar historias nuevas y distintas, si solo se dedican a dar vueltas en torno a conceptos, elementos y personajes de las películas? Debemos admitir que aún es pronto para valorarlo, pero el camino hacia el lado oscuro de la fan fiction puede ser muy seductor para los guionistas.
En este caso, la aparición de Boba Fett no es una ocurrencia de última hora, ya que el personaje que observa al Mandaloriano alejarse al final del primer episodio de esta temporada (que se supone que es Boba Fett al estar interpretado por Temuera Morrison, actor que encarnó a Jango Fett en El Ataque de los Clones) es la misma figura misteriosa que se acercaba a la asesina abatida por Mando interpretada por Ming-Na Wen en el quinto episodio de la primera temporada, también ambientado en Tatooine. Los seguidores más atentos y detallistas pueden notar el idéntico ruido de espuelas que hace al caminar.
En definitiva, el inicio de la segunda temporada de The Mandalorian se nos ha hecho un poco flojo, pero todavía quedan muchos episodios por delante, y mucho beskar por forjar. Esperemos que el Director de Juego de esta campaña haya podido preparar las próximas aventuras con más detalle, y veamos a dónde nos lleva el Camino de Mandalore.