El Mandaloriano y el sentido de la amenaza

Incluye algunos spoilers de la 2a temporada de El Mandaloriano. Avisados están.

Empezamos el nuevo año hablando de finales. La segunda temporada de El Mandaloriano ha terminado, y ha llegado el momento de hacer balance. Antes que nada, resulta indiscutible que El Mandaloriano ha sido un mejor producto televisivo que muchísimas producciones recientes (y no recientes) y que ha supuesto un gran salto cualitativo a nivel técnico en las formas de producir y filmar ficción especulativa. Y tanta o más importancia tiene que ha abierto el camino (¡This is the way!) para las futuras producciones de formato televisivo de imagen real en el universo de Star Wars, algo que dará pie a muchas posibilidades, como ya ha sido anunciado recientemente por Disney. Así mismo, El Mandaloriano se ha adentrado en la exploración de situaciones, entornos y personajes alejados de todo lo relacionado con los jedis (salvo algunas apariciones estelares), algo innovador y refrescante tras dos trilogías cinematográficas centradas en jedis, siths y demás practicantes de la Fuerza. Y aún con todas estas virtudes, a medida que iba transcurriendo la temporada no nos podíamos sacar de encima cierta desazón, cierta sensación de ausencia, que de algún modo ponía freno a nuestra implicación con lo que nos estaban contando, incluso llegando en ocasiones al extremo de que algunas situaciones pretendidamente dramáticas nos provocaran indiferencia. ¿Cuál podría ser la causa?

No se trataba de tedio por la abundancia de fanservice, que la hay. No queremos insistir mucho otra vez con «la tentación del canon» más allá de una reflexión general: esta segunda temporada ha contado finalmente con una generosa presencia de personajes y elementos procedentes de anteriores producciones del universo de Star Wars, llegando a su punto álgido en la finale de temporada, la cual nos atrevemos a calificar de fanservice continuo. ¿Es esto algo malo? A decir verdad se trata de una cuestión de preferencias, y dada la reacción mayormente entusiasta de ese segmento de la audiencia generalmente referido como «los fans», es evidente que ha sido un completo acierto en términos comerciales. Dicho esto, no nos deja de parecer una oportunidad perdida al generarnos la impresión de estar viendo a unos creadores más absortos en buscar la manera de «jugar con sus juguetes» que en contarnos una historia realmente original e innovadora.

La tentación de usar a Boba Fett era tan tentadora como el Lado Oscuro.

Pero había algo más, y tras meditar profundamente cual jedi en el templo de Tython, nos dimos cuenta de que la serie de El Mandaloriano, sobre todo en esta segunda temporada, carece de un importante ingrediente al que vamos a denominar «el sentido de la amenaza».

Toda historia incluye algún conflicto (ya verán, intenten recordar algún libro o película donde no haya conflicto alguno… será la guía telefónica, un documental de paisajes, o Mi vecino Totoro), entendiéndolo como un reto que los protagonistas deben superar. Y para que la historia sea interesante, se nos debe transmitir la sensación de que el protagonista puede fracasar en el conflicto, que tal vez no logre superar el reto. En una serie como El Mandaloriano, los conflictos adoptan a menudo la forma de enfrentamientos violentos que, para resultar satisfactorios, deben transmitir cierta sensación de peligro, hacernos verosímil la posibilidad de que el protagonista pierda el combate (aunque las normas no escritas de la narrativa nos hagan dar por descontada su supervivencia). Y en este punto es donde flojea El Mandaloriano. En toda la segunda temporada, ¿cuántas veces hemos tenido la sensación de que Mando y/o sus compañeros estaban realmente en peligro? Dicho de otro modo, ¿cuántas veces hemos sentido verdadera curiosidad por ver cómo salían de esa contienda, porque parecían estar en una situación realmente apurada? Nosotros hemos contado exactamente dos y media (en algunos momentos la persecución del convoy con explosivos donde Mando no lleva su armadura, y cuando se enfrenta al Dark Trooper, con mención honorífica a cuando los traicioneros pescadores quarren le echan al agua).

No dejan títere con cabeza. Ni con casco blanco.

La mayoría de los enfrentamientos tenían cierta semblanza de videojuego, al haberse convertido Mando en una especie de «Robocop de beskar» casi invencible. Y no solo él, esto afecta también a sus camaradas y aliados. Un buen ejemplo ocurre en el episodio The Jedi, donde unía sus fuerzas con Ahsoka Tano para enfrentarse a una cacique local. El poderoso y acorazado Mando y una jedi experta como Ahsoka hacen frente a una milicia de camisas rojas que resultaba evidente que no tenían nada que hacer, aunque estuvieran capitaneados por el personaje de un desaprovechado Michael Biehn y reforzada por dos droides asesinos que, a la hora de la verdad, acabaron siendo una chatarra inútil. No hubo tensión en ningún momento, ni tuvo emoción alguna ver ese enfrentamiento porque el sentido de la amenaza era nulo.

Otro ejemplo sería cuando el protagonista y sus camaradas perpetran matanzas al por mayor de soldados de asalto imperiales, que son abatidos literalmente a docenas en algunos casos. Ya sabíamos que los troopers no son los soldados con más puntería de la galaxia, pero esto acaba siendo exagerado. En las películas clásicas, que son el baremo por el que se mide todo lo posterior, los soldados de asalto eran una amenaza a tener en cuenta, no una broma; incluso en la batalla de la luna de Endor, que es el ejemplo habitual para tildarlos de incompetentes, los ewoks son puestos inicialmente en fuga, y la principal razón por la que las tornas se vuelven en contra de las fuerzas imperiales es porque cometen el error de tratar de perseguirlos al interior del bosque, por lo que la causa de su derrota no es tanto la incompetencia, sino la arrogancia (1).

Van a durar menos que una rana al alcance de Grogu.

Así que, por más que viéramos a soldados de asalto sucumbiendo ante los disparos de bláster de los protagonistas, no veíamos un grupito de personajes avanzando por los pasillos de una nave imperial despachando a pelotones de troopers como si nada. En El Mandaloriano, incluso cuando parece que los soldados de blanca armadura tienen las condiciones a su favor, como ocurre en el episodio The Tragedy, donde sorprenden a los héroes en campo abierto y atacan contando con armas de apoyo y una clara superioridad numérica, en vez de una cruenta batalla vemos como los tres mercenarios presentes masacran a sus atacantes sin pestañear. Lo que vemos es más propio de un videojuego que otra cosa, y si bien puede ser ocasionalmente divertido, tiene un escaso aliciente y emoción.

Aún dando por bueno el continuo fanservice y que la temporada haya seguido cierto esquema de campaña de Dungeons & Dragons, yendo de una sidequest a otra, esta falta de sentido de la amenaza ha lastrado muchos momentos que se suponía que deberían haber sido de tensión y de emoción. Pero cabe reconocer que el nivel general de calidad de esta segunda temporada ha ido siempre en ascenso, y que la resolución de la trama de Grogu (anteriormente conocido como El Niño) permite que en la siguiente temporada se expliquen nuevas historias. Dicho esto, será interesante ver si una serie cuya premisa tanto se inspira en la del manga El lobo solitario y su cachorro va a lograr mantener el interés del público generalista si ya no tiene al «cachorro» haciendo monerías. Puede que esta inquietud parezca exagerada, pero es interesante buscar a personas que hayan visto las películas del Marvel Cinematic Universe pero que no sean lectores de cómics y preguntarles si, ahora que no está el Tony Stark de Robert Downey Jr., tienen especial interés en las películas de la Fase 4.

¿Será lo mismo sin Grogu?

El hecho es que más allá de su excelencia técnica y un diseño de producción que es una gozada continua, El Mandaloriano se ha centrado hasta ahora en darle a los fans lo que quieren (2). Falta por ver si será capaz de darles lo que necesitan. Hemos hablado (3).

(1)

Y si nos ponemos en plan estrategas de butaca, el fiasco de las fuerzas imperiales en la batalla del bosque de Endor refleja algo varias veces ocurrido en la realidad: Una fuerza regular con tecnología y organización superior que comete el error de buscar combate en un medio que le niega sus ventajas, donde se enfrenta a un enemigo especialista en guerra asimétrica que puede aprovechar al máximo las condiciones del medio.

(2)

Decía Alan Moore en una digresión sobre el arte y la magia que “No es el trabajo de un artista darle a la audiencia lo que quiere. Si el público supiera lo que necesita ya no serían público, sino artistas. Es trabajo de un artista darle al público lo que necesita”.

(3)

Aprovechamos para aplaudir retrospectivamente la creación del personaje de Kuiil en la 1ª temporada. A partir de una referencia menor a El Imperio Contraataca se construyó un personaje que iba más allá del simple hecho de ser un ugnaught como varios trabajadores de la Ciudad de las Nubes de Bespin, un personaje con entidad propia, con personalidad, e incluso ese tic verbal que le hacía simpático y memorable. Un personaje con quien se establecía empatía, y que en consecuencia daba verdadera pena cuando le mataban (momento, por cierto, en que los soldados imperiales dejaban de ser una broma para ser una amenaza terrible y que además daba auténtica rabia).

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